Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R.
Es el fin del mundo tal como lo conocemos. Slavoj Zizek tiene varias ideas de los motivos. El principal es la proximidad del final del sistema económico que conocemos como capitalismo. Aunque si escuchamos a sus líderes de todo el mundo (especialmente en EE.UU.) no llegamos a saberlo; los últimos decenios han sido duros para el capitalismo. Para mantener la expansión que necesita se han otorgado créditos a individuos e instituciones que nunca habrían tenido posibilidades de obtenerlos antes de 1973. Esto ha posibilitado que el poder de compra del consumidor se extienda más allá de la capacidad de ingresos de la mayoría de la gente. Además, muchos servicios que antes eran suministrados por el gobierno han sido privatizados. Este fenómeno incluye algunas escuelas, bibliotecas, y ciertas operaciones militares, policiales y de seguridad. Esta transición ha sido precipitada por la continua disminución de los impuestos para los muy ricos y la reducción de la prioridad de todos los servicios sociales. Naturalmente, las fuerzas armadas siguen devorando la mayoría de los presupuestos nacionales en muchos países, especialmente EE.UU. Este hecho, combinado con la mencionada privatización de algunas operaciones militares, prisiones y funciones policiales, ha creado una situación en la cual los pobres y las llamadas clases medias ven que su futuro se oscurecen mientras los acaudalados cierran filas a escala global para intentar garantizar su eterna dominación.
Zizek dice que los ricos son víctimas de sus propias ilusiones. En última instancia la distopía que crea el capitalismo monopolista extenderá su sombra sobre todo el mundo. Desocupados, empleados, propietarios, directores ejecutivos y financistas. El momento de la masa crítica está próximo. A los amos del capital les quedan pocas o ninguna carta que jugar. Es seguro que probarán algunos trucos que han utilizado en el pasado en lo que finalmente serán intentos inútiles de reconstruir el planeta capitalista, pero los hechos son obvios. Cada vez hay menos mercados que crear para luego explotarlos. La compra y venta de crédito y deuda con más crédito y deuda sólo pueden engañar al que lleva la batuta por un tiempo limitado. La hora de pagar las consecuencias se acerca.
Una vez tuve una amiga cuya familia abandonó Holanda justo antes de que los nazis se apoderaran del país. No estoy seguro de si era judía, pero su madre sabía que ninguno de sus familiares sobreviviría mucho tiempo una vez que el Tercer Reich llegara a su vecindario. Quién sabe, tal vez eran comunistas. En todo caso en 1981, cuando los trabajadores polacos iniciaron una huelga nacional después que el gobierno estalinista atacó brutalmente a los trabajadores asociados con el movimiento Solidarnosc, ella mencionó su temor por el pueblo polaco mientras esperábamos que el barman nos trajera otra cerveza. Comencé a hablar de un par de huelgas en EE.UU. en las que había participado unos años antes. Mi amiga me interrumpió y dijo que había que desechar todas las suposiciones y que los que supieran cuidarse unos a otros vivirían mucho mejor que la mayoría.
Esta noción no está muy presente en el modo de pensar capitalista, incluso (si no especialmente) entre los que trabajan en sus negocios, fábricas y campos. En vez de eso los trabajadores tienden a asumir la filosofía de los que les pagan. La creencia de que el individuo es la clave para la supervivencia, el camino a la distopía privatizada, no sólo se acepta, sino que además es vitoreada por una mayoría apreciable.
Vuelvo a Slavoj Zizek. Su último libro, titulado Vivir en el Final de los Tiempos, es una aventura. Un poco verboso, el filósofo estrella examina el estado de las cosas en el planeta a comienzos del Siglo XXI. Mediante la división de su análisis en lo que los terapeutas llaman las cinco etapas del duelo, Zizek examina de cerca la naturaleza del problema –el capitalismo y su cultura-. Examina las causas repasando la filosofía occidental y enfrenta todo el dilema con las posibilidades críticas de Marx y Engels. La tarea es fascinante a pesar del uso de ideas como aplicaciones prácticas de otras ideas –un truco de filósofo que tiende a confundir en lugar de aclarar-. Zizek aplica más lo que trata de decir sobre la realidad política y cultural del mundo en los capítulos que vienen directamente después de cada uno de los nombrados según las etapas mencionadas. En otras palabras, Zizek trata de aplicar en esos capítulos sus ideas a algo real. Sin embargo utiliza frecuentemente el recurso del filme para ilustrar sus argumentos. Es como si las sombras en la caverna de Platón se hubieran convertido en los que proyectan esas sombras. Al igual que Ronald Reagan y su confusión, Zizek se refiere al filme como si fuera real.
Recientemente leí un artículo sobre la crisis económica actual que decía que los eventos fueron causados por la codicia individual. Aunque esto es válido en cierta medida, los hechos tienen mucho más que ver con la masa crítica mencionada anteriormente. La industria financiera tenía que encontrar algo que vender porque el mercado estaba saturado y la gente no se podía permitir lo que estaba en venta a menos que su crédito se ampliara más allá de lo razonable. Esencialmente, el capitalismo crea y posibilita la codicia, en su etapa actual, porque su maquinaria sabe que ésta lo mantiene en vida.
Hay un par de maneras de luchar contra el fin que se aproxima. Un método se despliega actualmente en EE.UU. y el otro levanta su cabeza colérica en sitios como Grecia y Francia (y más recientemente en Gran Bretaña). El primero es un método que coincide exactamente con la cultura individualista de EE.UU. Este método encuentra su mejor expresión en el medio político actual en el Tea Party. Su obsesivo individualismo pretende que cada realidad humana es una isla y por lo tanto tiene derecho a acaparar, guardar y proteger lo que cada cual considera suyo. Todo lo demás se puede ir al diablo. Subraya este desorden la creencia de que todos pueden llegar a ser ricos si trabajan bastante duro. Como sabe cualquiera que haya observado a los financistas del Tea Party, esa filosofía egocéntrica es propugnada por unos pocos socialdarwinistas extremadamente ricos.
El otro método depende de la solidaridad y la acción de masas. Los griegos y los franceses en las calles comprenden que esta crisis no es un acto divino, no es inevitable y está directamente relacionada con la etapa actual del capitalismo monopolista –la globalización capitalista-. Saben que los amos que fijan las reglas tienen otras prioridades que las masas y que la única manera de cambiar esas prioridades es reflejar las de los trabajadores (empleados y desocupados) y de otros a quienes los ricos quieren privar de poder. Ante esta situación, señala Zizek, puede que el único camino sea perturbar el orden público. Como ejemplo cita las protestas griegas de 2008 después de que la policía mató a un adolescente. Hay que recordar que esas protestas se extendieron por toda Europa. Todo lo que no sea acción directa que estropee los planes del Estado es ineficaz, sea porque es ignorado por el Estado o cooptado por éste. Como ejemplo de esto último Zizek apunta a la reacción oficial de Washington y Londres ante las masivas protestas del 15 de febrero de 2003 contra la inminente invasión de Iraq. Una vez terminadas las manifestaciones, tuvo lugar la invasión. Sin embargo, los corteses manifestantes pudieron sentirse bien en el sentido de que habían hecho todo lo posible para impedirla, mientras los gobiernos invasores pudieron referirse a las protestas como ejemplo de “cómo funciona la democracia”. Circunstancia que, en realidad, sólo funcionaron a favor de esos gobiernos y de la maquinaria bélica de la que estos últimos forman parte integral.
Entre sus numerosos objetivos, Zizek incluye la democracia liberal. Está de acuerdo en que sus defectos son muy obvios. Muchos de esos defectos se pueden atribuir al hecho de que el liberalismo económico y el llamado libre mercado han triunfado sobre el liberalismo político. Fue Herbert Marcuse quien escribió en su libro El hombre unidimensional: “La libertad de pensamiento, palabra y conciencia eran –precisamente como la libre empresa a la que servían para promoverla y protegerla– básicamente ideas criticas, destinadas a reemplazar una cultura material e intelectual obsoleta por otra más productiva y racional. Una vez institucionalizados, estos derechos y libertades compartieron el destino de la sociedad de la habían llegado a convertirse en parte integrante. El logro anula las premisas.” En los hechos, insiste Zizek, esos derechos van ahora en contra del proyecto mayor de mantener el sistema capitalista no importa de qué manera se presente.
Eso, a pesar del hecho de que la mayoría de los ciudadanos de las democracias occidentales (y probablemente también de democracias en otras partes del mundo) prefieren las libertades sociales y la igualdad prometidas por el liberalismo político. Sin embargo, el libre mercado, que no es realmente libre en el amplio sentido de la palabra, descubre que no puede sobrevivir en un mundo en el cual no haya desigualdad. El capitalismo, después de todo (y especialmente el capitalismo monopolista) crea (y necesita) ricos y pobres. En consecuencia, los dirigentes que defienden el liberalismo político y la democracia se encuentran en una situación en la que acceden a las demandas de los que creen que el mercado supera todas las demás realidades. En otras palabras los liberales políticos, que también son firmes creyentes en el mercado, sucumben. Nada lo demuestra mejor que la presidencia de Obama.
Hablando de esa presidencia, con respecto a la última elección de Tony Blair, Zizek señala que Blair era la persona más impopular en Gran Bretaña en 2005. Sin embargo, como no existía un camino oficial para expresar el rechazo, fue reelegido. Las elecciones más recientes en Gran Bretaña y EE.UU. llevan esta realidad un paso más lejos. Los votantes están frustrados ante la falta de cambio pero no ven un camino oficial para expresarlo, por lo tanto llevan al poder en Gran Bretaña a una coalición liberal-conservadora que hace exactamente lo que se proponía hacer el Nuevo Laborismo. En EE.UU., votaron por el falso populista Tea Party o no votaron a nadie. Mientras tanto, un panel bipartidista ha recomendado grandes cambios en la Seguridad Social y Medicare en Washington, mientras se imponen otras medidas de austeridad en ambas naciones. La guerra de Afganistán sigue escalando y cualquier pretensión de una retirada se boprra lentamente de la memoria. Nada cambiará. Al mismo tiempo tiene que ocurrir un cambio. El señor Zizek describe la situación a su manera en Vivir en el Final de los Tiempos, pero finalmente el texto no es otra cosa que un intricado juguete intelectual.
Si queremos efectuar un cambio, libros como Vivir en el Final de los Tiempos no van a ser la chispa que prenda el fuego en la pradera, no importa cuán hábilmente hayan sido escritos. Aunque el texto de Zizek es potencialmente importante para los que se toman el tiempo necesario para leerlo, sigo convencido de que nuestra búsqueda de un futuro mejor sale ganando mediante la lectura de los primeros capítulos de un pequeño libro publicado por primera vez el 21 de febrero de 1848. ¿Ese libro? El Manifiesto del Partido Comunista de Carlos Marx y Federico Engels. Pienso que el señor Zizek estará de acuerdo.
Ron Jacobs es autor de “The Way the Wind Blew: a History of the Weather Underground”, que Verso ha vuelto a publicar. El ensayo de Jacobs sobre Big Bill Broonzy figura en la colección de música, arte y sexo de CounterPunch “Serpents in the Garden”. Su primera novela “Short Order Frame Up”, fue publicada por Mainstay Press. Puede contactarse con él en: rjacobs3625@charter.net
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