John Holloway: "Podemos o Syriza pueden mejorar las cosas, pero el desafío es salir del capitalismo"

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ohn Holloway: "Podemos o Syriza pueden mejorar las cosas, pero el desafío es salir del capitalismo"

A diez años de la publicación de su célebre libro, ¿sigue pensando John Holloway que es posible cambiar el mundo sin tomar el poder?
John Holloway (1947, Dublín)
John Holloway (1947, Dublín)
En el año 2002, John Holloway publica un libro de referencia: Cambiar el mundo sin tomar el poder. Inspirado por el ¡Ya basta! zapatista, por el movimiento que surgió en Argentina en 2001/2002 y por el movimiento antiglobalización, Holloway plantea en él una hipótesis: no es la idea de revolución o transformación del mundo la que ha quedado impugnada en el desastre del comunismo autoritario, sino más bien la idea de la revolución como toma del poder y la del partido como herramienta política por excelencia.
Otra noción de cambio social se insinua en esos movimientos, y en general en todas las prácticas más o menos visibles donde se sigue una lógica distinta a la del beneficio, la de agrietar el capitalismo, o sea crear, dentro de la misma sociedad que se rechaza, espacios, momentos o áreas de actividad donde se prefigura ya un mundo distinto. Rebeldías en movimiento. Vistas así las cosas, la cuestión de la organización ya no coincide con la del partido, sino que pasa por la pregunta de cómo se reconocen y conectan las distintas grietas que van descosiendo el tejido capitalista.
Pero después del “que se vayan todos” argentino vino el gobierno Kirchner y después del "no nos representan" apareció Podemos. Nos encontramos con John Holloway en la ciudad de Puebla (México) para preguntarle si, después de una década y todo lo que ha acontecido en ella, desde los gobiernos progresistas en América Latina hasta Podemos y Syriza en Europa, pasando por los problemas de las prácticas autoorganizadas para existir y multiplicarse, sigue pensando que es posible "cambiar el mundo sin tomar el poder".
***
Lo primero, John, sería preguntarte de dónde viene, dónde se sostiene, la idea hegemónica de revolución en el siglo XX, es decir, la del cambio social mediante la toma del poder.
John Holloway. Creo que el elemento central es el trabajo, el trabajo entendido como trabajo asalariado, es decir, trabajo enajenado o abstracto. El trabajo asalariado ha sido y es la base del movimiento sindical, de los partidos socialdemócratas que eran su ala política y también de los movimientos comunistas. Ese concepto conformaba la teoría revolucionaria del movimiento obrero: la lucha del trabajo asalariado contra el capital. Pero su lucha era limitada porque el trabajo asalariado es el complemento del capital y no su negación.
No entiendo la relación entre esa idea del trabajo y la de revolución a través de la toma del poder del Estado.
John Holloway. Una manera de entender la conexión sería la siguiente: si partes de la definición del trabajo como trabajo asalariado o enajenado, partes de la idea de los trabajadores como víctimas y objetos del sistema de dominación. Y un movimiento que lucha por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores (considerados como víctimas y objetos) se remite inmediatamente al Estado. ¿Por qué? Porque el Estado, por su separación misma con respecto a la sociedad, es la institución ideal si se busca conseguir beneficios para la gente. Así piensa la tradición del movimiento obrero y la tradición de los gobiernos de izquierda que hay actualmente en Latinoamérica.
Pero no es la única tradición para pensar la política de emancipación...
John Holloway. Desde luego que no. En los últimos veinte o treinta años encontramos muchísimos movimientos que afirman otra cosa: la posibilidad de emancipar la actividad humana del trabajo enajenado, abriendo grietas donde poder hacer de otra manera, hacer algo que nos parece útil, necesario y que merezca la pena, una actividad no subordinada a la lógica del beneficio.
Esas grietas pueden ser espaciales (lugares donde se generan otras relaciones sociales), temporales (“aquí en este evento, mientras estemos juntos, vamos a hacer las cosas de otra manera, vamos a abrir ventanas hacia otro mundo”) o relacionadas con actividades o recursos particulares (cooperativas por ejemplo o actividades que siguen una lógica no mercantil con respecto al agua, al sofware, a la educación, etc.). El mundo, y cada uno de nosotros, está lleno de estas grietas.
El rechazo del trabajo enajenado y enajenante implica al mismo tiempo una crítica de las estructuras institucionales, organizativas y de pensamiento que surgen de él. Así se puede explicar el rechazo de los sindicatos, de los partidos y del Estado que podemos observar en tantos movimientos contemporáneos, desde los zapatistas hasta los indignados griegos o españoles.
Pero no se trata de la oposición entre vieja y nueva política, me parece, porque lo que vemos en los movimientos de la crisis es que surgen las dos cosas al mismo tiempo: grietas como las plazas y también nuevos partidos como Syriza o Podemos.
John Holloway. Creo que es un reflejo de que nuestra experiencia en el capitalismo es contradictoria. Somos víctimas y a la vez no lo somos. Buscamos mejorar nuestras condiciones de vida como trabajadores y también ir más allá, vivir de otra manera. Por un lado, somos efectivamente personas que tienen que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir. Pero, por otro, cada uno de nosotros tenemos sueños, comportamientos y proyectos que no caben en la definición capitalista de trabajo.
Lo difícil, ayer como hoy, es pensar la relación entre los dos tipos de movimientos. Cómo esa relación puede evitar la reproducción del sectarismo de siempre, cómo puede ser una relación fructífera sin negar las diferencias fundamentales entre las dos perspectivas.
Argentina en 2001 y 2002, los indignados en Grecia y España más recientemente... En cierto momento los movimientos por abajo se detienen, entran en crisis o impasse, se desvanecen... ¿Dirías que la política de las grietas tiene límites intrínsecos para durar y expandirse?
John Holloway. No hablaría de límites, sino de problemas. Hace diez años, cuando publiqué Cambiar el mundo sin tomar el poder, se veían más los logros y las potencias de los movimientos de abajo, mientras que ahora somos más conscientes de los problemas. Los movimientos que citas son faros de esperanza de una importancia enorme, pero el capital sigue existiendo y es cada vez peor, implica cada vez más miseria y destrucción. No podemos limitarnos a cantar las glorias de los movimientos, no es suficiente.
¿Podría pasar una respuesta entonces por la opción que enfoca hacia el Estado?
John Holloway. Se entiende por qué la gente quiere ir para allá, se entiende muy bien. Han sido años de luchas feroces, pero la agresión del capitalismo sigue igual. Espero sinceramente que Podemos y Syriza ganen las elecciones, porque eso cambiaría el caleidoscopio actual de las luchas sociales. Pero mantengo todas mis objeciones con respecto a la opción estatal. Cualquier gobierno de este tipo implica una canalización de las aspiraciones y de las luchas dentro de conductos institucionales que necesariamente tienen que buscar la conciliación entre la rabia que estos movimientos expresan y la reproducción del capital. Porque la existencia de cualquier gobierno pasa por fomentar la reproducción del capital (atrayendo inversión extranjera o de otra forma), no hay otra. Esto implica inevitablemente participar en la agresión que es el capital. Es lo que ya ha pasado en Bolivia o Venezuela y será también el problema en Grecia y España.
¿Se trataría tal vez de complementar los movimientos por abajo con un movimiento orientado hacia las instituciones de gobierno?
John Holloway. Es la respuesta obvia que se repite. Pero el problema de las respuestas evidentes es que suprimen las contradicciones. Las cosas no se pueden conciliar tan fácilmente. Desde arriba se puede tal vez mejorar las condiciones de vida de la gente, pero no me parece que se pueda romper con el capitalismo y generar otra realidad. Y sinceramente creo que estamos en una situación donde no hay soluciones a largo plazo para la humanidad entera dentro del capitalismo.
No descalifico la opción estatal porque yo tampoco tengo ninguna respuesta que ofrecer, pero no me parece que sea la solución.
¿Por dónde estás buscando esa respuesta?
John Holloway. Sin considerar a los partidos de izquierda como enemigos, que para mí desde luego no es el caso, yo diría que la respuesta hay que pensarla en términos de profundización de las grietas.
Si no vamos a aceptar la aniquilación de la humanidad, que es algo que me parece que está en la agenda del capitalismo como posibilidad real, entonces la única alternativa es pensar que nuestros movimientos son el nacimiento de otro mundo. Hay que ir construyendo grietas y buscando formas de reconocerlas, potenciarlas, extenderlas, comunicarlas. Buscar la confluencia o, mejor, la comunización de las grietas.
Si pensamos en términos de Estado y elecciones nos estamos desviando de eso, porque Podemos o Syriza pueden mejorar las cosas pero no crear otro mundo por fuera de la lógica del capital. Y creo que de eso se trata.
Por último, John, ¿cómo piensas la relación entre las dos perspectivas de que venimos hablando?
John Holloway. Es necesario mantener un debate constante y respetuoso y que a la vez no suprima las diferencias y las contradicciones. Pienso que una base del diálogo podría ser la siguiente: nadie tiene la solución.
Nosotros por el momento debemos reconocer que no tenemos la fuerza suficiente para abolir el capitalismo. Y por fuerza me refiero aquí a construir maneras de vivir que no dependan del trabajo asalariado. A poder decir: “realmente no me importa si tengo empleo o no, porque si no lo tengo puedo dedicar mi vida a otras cosas que me interesan y que me dan el sustento suficiente para vivir dignamente”. Ahora mismo no es el caso. Quizá tengamos que construir eso antes de decir: “váyase al carajo, capital”.
En ese sentido, pensemos que una precondición de la Revolución Francesa fue que en cierto momento la red social de relaciones burguesas ya no necesitaba a la aristocracia para existir. De igual modo, debemos llegar trabajar para alcanzar el punto en que podamos decir: “no nos importa que el capital global no invierta en España, porque hemos construido una red de apoyo mutuo suficiente para vivir con dignidad”.
Hoy, la rabia contra los bancos se extiende por todo el mundo, pero me parece que el problema no son los bancos, sino la existencia del dinero como relación social. ¿Cómo pensar la rabia contra el dinero? Creo que ésta pasa necesariamente por construir relaciones sociales no monetizadas, no mercantilizadas.
Y hay muchísima gente dedicándose a eso, por deseo, convicción o necesidad, aunque no salga en los periódicos. Construyendo otras formas de comunidad, de socialidad, de pensar la tecnología y las habilidades humanas para crear otra vida.

No me cierran las cuentas

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De lo que pase mañana solo hay una certeza, que la tal mentada polarización no se dio, ni se dará nunca. Esto abre un escenario de infinitas posibilidades porque la oferta, como los antibióticos, es de amplio espectro.
Supongamos que dentro de los votos emitidos tenemos un 90% de votos positivos, esto quiere decir que la voluntad de elegir cualquiera de los seis candidatos se ha expresado positivamente. Supongamos que dentro de ese noventa por ciento, solo un siete lo hace por los tres candidatos que se dan como menos favoritos, digamos 2% del Caño, 3% Margarita y 2% Adolfo. Esto nos deja  un 83% de votos a repartir entre las fuerzas esta vez: favoritas.
Hagamos una cuenta que a Scioli donde saca 40% más uno de los votos. Esto nos deja un 43% a repartir entre Massa y Macri, digamos 22 y 21%. ¿Es posible este resultado cuando en las primarias Cambiemos sacó el 30% y Unidos 20%, juntos más del 50% que no estuvieron de acuerdo con votarlos a Scioli? Pero digamos que los votos de De la sota no fueran a Massa y que los de Carrió no fueran a Macri. ¿Dónde irían esos votos?
Es muy difícil arriesgar una respuesta que no sea incierta, pero especulando un poco y atribuyendo a los menos votados ese 7% inicial, de la hipótesis del 61,2 que no emitió su voto para Daliel Scioli, es improbable que solo un 50% SOLO lo haga a favor de algún opositor al gobierno y el otro 11,2% parte o en su totalidad lo haga a favor de DOS.
En la provincia de Buenos Aires el candidato oficialista no le tracciona votos a Scioli, es Vidal la que le tracciona a Macri, es la favorita. Lo mismo ocurre con la CABA. En Santa fe y Córdoba el oficialismo, no es el gran favorito, no descuenta. Tampoco en Mendoza y en Tucumán se ha polarizado la elección luego de las primarias. ¿Por qué habríamos de esperar un oficialismo con una catarata  de votos  si en los distritos más populosos no hace diferencia?
Siguiendo con este tren de especulaciones creo que DOS no va a llegar a sacar los votos que sacó en la primaria y que por el contrario la elección se va a ser reñida entre el segundo y el tercero donde vislumbro un empate técnico en el 25%, cosa que no es descabellada. A Stolvizer la veo con un 6 a 8% acumulando los votos de los radicales que no lo quieren a Macri, a del Caño alrededor de un 4% y al Adolfo con un 1 o 2%.
A mi parecer al no producirse la polarización, es más, al querer forzar una polarización contra natura, el soberano expresará su voto muy a conciencia. Premiará y castigará a quién sea, las opciones están: dos opciones radicales, dos peronistas, dos liberales, una de izquierda pura. En un poco más de 24 horas lo sabremos.

La autopoiesis peronista

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Por definición el vicepresidente que elija un candidato a presidente nunca deberá ser alguien que pueda llegar a hacerle sombra. La misma suerte corre el candidato a gobernador bonaerense, pero por otro motivo. Allí se necesita alguien que junte votos pero que no sea capaz de crear poder (y despelote) en el seno de la provincia más grande del país. Es por eso que su candidatura está atada a la boleta presidencial y corre colagada a la su suerte de esta última. Scioli cumplió con sendas exigencias y honró esos dos cargos.
Victor Martinez, Armendariz, Felipe Solá, Julio Cobos son todos buenos tipos. A Duhalde que no lo era (tanto) en cambio se lo tuvo que compensar con el fondo del conurbano para contener sus ansias de crecimiento.
El peronismo construye poder hegemónico mediante dos mecanismos: peleándose fuertemente con los que se tiene que pelear (Kirchner, JDPerón), o negociando (rosqueando) con ellos (Menem, Duhalde). Scioli no cumple con ninguno de los dos perfiles y ha sido un candidato exitoso a todo.
Los gobiernos peronistas nunca se suceden, agotan sus posibilidades hasta la extenuación y no tienen dónde volver. Por eso han existido golpes militares o gobiernos como el de De la Rua entre períodos, nunca nadie dejó una cría.  Durante ese tiempo el peronismo se victimiza, se autodestruye y se reformula esperando la próxima vuelta. Scioli es hijo de todos. De Menem, Duhalde y de los Kirchner.
El peronismo es autopoiético, sabe reinventarse de la nada, para eso es necesario haberse autodinamitado. Al ser bendecido Scioli, despierta la competencia de los que sí tienen honores y coraje para ser.
Finalmente Scioli, aunque gane, tiene en su ADN la espoleta que deberá desencadenar la tormenta, como De la Rúa lo tenía. Además es el único que posibilitaría la reformulación para otros doce años del peronismo versión 2019 que está por sucederle.
El pueblo no se suicida, muchos kirchneristas lo ven y lo saben, pero parecería que van tras DOS como las ratas de Hamelin.
Ante un escenario Macri – Scioli yo votaré por el segundo, como republicano acéfalo, es la mejor forma de esperar al nuevo peronismo que está por suceder

“When things work in new ways, they break in new ways.”

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Nuevas leyes explican por qué las redes de crecimiento rápido se rompen, la respuesta podría ser que cuando las cosas empiezan a funcionar de nuevas maneras, se rompen en función de eso nuevos modos, como  para acompañar los cambios.

New Laws Explain Why Fast-Growing Networks Break

This new understanding of how über-connectivity emerges, which was described earlier this month in the journal Nature Physics, is the first step toward identifying warning signs that may occur when such systems go awry—for example, when power grids begin to fail, or when an infectious disease starts to mushroom into a global pandemic. Explosive percolation may help create effective intervention strategies to control that behavior and, perhaps, avoid catastrophic consequences.

An Explosive Twist

Traditional mathematical models of percolation, which date back to the 1940s, view the process as a smooth, continuous transition. “We think of percolation as water flowing through the ground,” said Robert Ziff, a physicist at the University of Michigan who has been studying phase transitions for the past 30 years. “It’s a formation of long-range connectivity in the system.”
The formation of connectivity can be understood as a phase transition, the process whereby water freezes into ice or boils away into vapor.
Phase transitions are ubiquitous in nature, and they also provide a handy model for how individual nodes in a random network gradually link together, one by one, via short-range connections over time. When the number of connections reaches a critical threshold, a phase shift causes the largest cluster of nodes to grow rapidly, and über-connectivity results. (Seen this way, the percolation process that gives rise to your morning cup of joe is an example of a phase transition. Hot water passes through roasted beans and shifts into a new state—coffee.)
Explosive percolation works a bit differently. The notion arose during a workshop in 2000 at the Fields Institute for Research in Mathematical Sciences in Toronto. Dimitris Achlioptas, a computer scientist at the University of California, Santa Cruz, proposed a possible means for delaying a phase transition into a densely connected network, by merging the traditional notion of percolation with an optimization strategy known as the power of two choices. Instead of just letting two random nodes connect (or not), you consider two pairs of random nodes, and decide which pair you prefer to connect. Your choice is based on predetermined criteria—for instance, you might select whichever pair has the fewest pre-existing connections to other nodes.
Because a random system would normally favor those nodes with the most pre-existing connections, this forced choice introduces a bias into the network—an intervention that alters its typical behavior. In 2009, Achlioptas, Raissa D’Souza, a physicist at the University of California, Davis, and Joel Spencer, a mathematician at New York University’s Courant Institute of Mathematical Sciences, found that tweaking the traditional percolation model in this way dramatically changes the nature of the resulting phase transition. Instead of arising from a slow, steady continuous march toward greater and greater connectivity, connections emerge globally all at once throughout the system in a kind of explosion—hence the moniker “explosive percolation.”
The concept has exploded in its own right, spawning countless papers over the past six years. Many of the papers debate whether this new model constitutes a truly discontinuous phase transition. Indeed, in 2011 researchers showed that for the particular model analyzed in the original 2009 study, explosive transitions only happen if the network is finite. While networks such as the Internet have at most about a billion nodes, phase transitions are most commonly associated with materials, which are intricate lattices of so many molecules (approximately 1023 or more) that the systems are effectively infinite. Once extended to a truly infinite system, explosive percolations appear to lose some of their boom.
Yet D’Souza and her cohorts have not been idle either. They have uncovered many other percolation models that do yield truly abrupt transitions. These new models share a key feature, according to D’Souza. In traditional percolation, nodes and pairs of nodes are chosen at random to form connections, but the likelihood of two clusters merging is proportional to their size. Once a large cluster has formed, it dominates the system, absorbing any smaller clusters that might otherwise merge and grow.
However, in the explosive models, the network grows, but the growth of the large cluster is suppressed. This allows many large but disconnected clusters to grow, until the system hits the critical threshold where adding just one or two extra links triggers an instantaneous switch to über-connectivity. All the large clusters combine at once in a single violent merger.

A New Paradigm for Control

D’Souza wants to learn how to better control complex networks. Connectivity is a double-edged sword, according to her. “For normal operating systems [like the Internet, airline networks or the stock exchange], we want them to be heavily connected,” she said. “But when we think about epidemics spreading, we want to curtail the extent of the connectivity.” Even when high connectivity is desirable, it can sometimes backfire, causing a potentially catastrophic collapse of the system. “We’d like to be able to intervene in the system easily to enhance or delay its connectivity,” depending on the situation, she said.
Explosive percolation is a first step in thinking about control, according to D’Souza, because it provides a means of manipulating the onset of long-range connectivity via small-scale interactions. A series of small-scale interventions can have dramatic consequences—for good or ill.
Public relations professionals often ask how D’Souza’s work might help their products go viral. She typically responds by pointing out that her models actually suppress viral behavior, at least in the short term. “Do you want to eke out all the gains as quickly as you can, or do you want to suppress [growth] so when it does happen, more people learn about it right away?” she said. The same holds true for political campaigns, according to Ziff. Following this model, they would spend much of their time early in the campaign on grassroots local efforts, building up localized clusters of connections and suppressing the emergence of long-range connections until the campaign was ready to go national with a big media splash.
In other systems, such as financial markets or electrical power grids, when a collapse occurs, it is likely to be catastrophic, and this patchwork approach could be used to reverse the process, breaking up the über-connected system into a collection of disjointed clusters, or “islands,” to avoid catastrophic cascading failures. Ideally, one would hope to find a “sweet spot” for the optimal level of intervention.
In power grids, utility companies lose money every time a line goes down, so ideally one should try to prevent any downtime. Yet acting to avoid any outage whatsoever can inadvertently lead to very large outages that are far more costly. Thus, encouraging small cascading “failures” can dissipate energy imbalances that would otherwise have caused massive failures later on, a potentially smart strategy even though it eats into profit margins. “If you frequently trigger small cascades, you never get really massive events, but you [sacrifice] all that short-term profit,” D’Souza explained. “If you prevent cascades at all costs, you might make a lot of profit, but eventually a cascade is going to happen, and it will be so massive it [could] wipe out your entire profit.”
The next step is to identify signs that may indicate when a system is about to go critical. Researchers understand phase transitions like the ones that happen when water turns to ice, and can identify signs of an impending change. The same cannot be said for explosive percolation. “Once we have a better understanding, we’ll be able to see how our control interventions are impacting the system,” D’Souza said. “We will have this data we can analyze in real time to see if we are seeing the signature of the early warning signals from many different classes of transitions.”
Phase transitions have fascinated physicists and mathematicians alike for decades, so why has this explosive behavior been found only now? D’Souza thinks it’s because the breakthrough required the merging of ideas from several fields, most notably Achlioptas’ idea to blend algorithms and statistical physics, thereby creating an exciting new modeling phenomenon. “It really is a new paradigm of percolation,” Ziff said.

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