Basado en el ensayo “CIEN AÑOS DE SOLEDAD” Y LA MASACRE DE ARACATACA de
Karen García Delamuta, Priscila Engel e Silvia Beatriz Adoue
Centro Universitario Claretiano (Brasil)
sbadoue@hotmail.com
Hace unos días leíamos en lo de Lucas un post sobre “el kirchnerismo” que me dejó un déjà vu del relato de la masacre de Aracataca deslizado genialmente y contra natura por el gran Gabo en las páginas de “Cien años de soledad”
“José Arcadio Segundo estaba entre la muchedumbre que se concentró en la estación desde la mañana del viernes. Había participado en una reunión de los dirigentes sindicales y había sido comisionado junto con el coronel Gavilán para confundirse con la multitud y orientarla según las circunstancias. No se sentía bien, y amasaba una pasta salitrosa en el paladar, desde que advirtió que el ejército había emplazado nidos de ametralladoras alrededor de la plazoleta, y que la ciudad alambrada de la compañía bananera estaba protegida con piezas de artillería. Hacia las doce, esperando un tren que no llegaba, mas de tres mil personas, entre trabajadores, mujeres y niños, habían desbordado el espacio descubierto frente a la estación y se apretujaban en las calles adyacentes que el ejercito cerró con filas de ametralladoras. Aquello parecía entonces, mas que una recepción, una feria jubilosa. Habían trasladado los puestos de fritangas y las tiendas de bebidas de la Calle de los Turcos, y la gente soportaba con muy buen ánimo, el fastidio de la espera y el sol abrasante. Un poco antes de las tres corrió el rumor de que el tren oficial no llegaría hasta el día siguiente. La muchedumbre cansada exhaló un suspiro de desaliento. Un teniente del ejercito se subió entonces en el techo de la estación, donde había cuatro nidos de ametralladoras enfiladas hacia la multitud, y se dio un toque de silencio. Al lado de José Arcadio Segundo, estaba una mujer descalza, muy gorda, con dos niños de unos cuatro y siete años. Cargó al menor, y le pidió a José Arcadio Segundo, sin conocerlo, que levantara al otro para que oyera mejor lo que iban a decir. José Arcadio Segundo se acaballó al niño en la nuca. Muchos años después, ese niño había de seguir contando, sin que nadie se lo creyera, que había visto al teniente leyendo con una bocina de gramófono el Decreto Numero 4 del Jefe Civil y Militar de la provincia. Estaba firmado por el general Carlos Cortés Vargas, y por su secretario, el mayor Enrique García Isaza, y en tres artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y facultaba al ejército para matarlos a bala.
Leído el decreto, en medio de una ensordecedora rechifla de protesta, un capitán sustituyó al teniente en el techo de la estación, y con la bocina de gramófono hizo señas de que quería hablar. La muchedumbre volvió a guardar silencio.
-Señoras y señores-dijo el capitán con una voz baja, lenta, un poco cansada-, tienen cinco minutos para retirarse.
La rechifla y los gritos redoblados ahogaron el toque de clarín que anuncio el principio del plazo. Nadie se movió.
-Han pasado cinco minutos dijo- el capitán en el mismo tono-.Un minuto mas y se hará fuego.
José Arcadio Segundo, sudando hielo, se bajó al niño de los hombros y se lo entrego a la mujer. “Estos cabrones son capaces de disparar”, murmuró ella. José Arcadio Segundo no tuvo tiempo de hablar, porque al instante reconoció la voz ronca del coronel Gavilán haciéndoles eco con un grito a las palabras de la mujer. Embriagado por la tensión, por la maravillosa profundidad del silencio y, además, convencido de que nadie haría mover a aquella muchedumbre pasmada por la fascinación de la muerte, José Arcadio Segundo se empinó por encima de las cabezas que tenia en frente y por primera vez en su vida levantó la voz.
-¡Cabrones! –grito-. Les regalamos el minuto que falta. Al final de su grito ocurrió algo que no le produjo espanto, sino una especie de alucinación. El capitán dio la orden de fuego y catorce nidos de ametralladoras le respondieron en el acto. Pero todo parecía una farsa. Era como si las ametralladoras hubieran estado cargadas con engañifas de pirotecnia, porque se escuchaba su anhelante tableteo, y se veían sus escupitajos incandescentes, pero no se percibía la más leve reacción, ni una voz, ni siquiera un suspiro, entre la muchedumbre compacta que parecía petrificada por una invulnerabilidad instantánea. De pronto, a un lado de la estación, un grito de muerte desgarró el encantamiento: “AYYY MI MADRE.” Una fuerza sísmica, un aliento volcánico, un rugido de cataclismo, estallaron en el centro de la muchedumbre con una descomunal potencia expansiva. José Arcadio Segundo tuvo tiempo de levantar al niño, mientras la madre con el otro era absorbida por la muchedumbre centrifugada por el pánico.”
Una vez mas, como en los relatos rescatados y recompuestos por Osvaldo Bayer en La patagonia rebelde, o como en la tragedia filmada por el chileno Miguel Littín en las Actas de Marusia, la ficción y el realismo mágico se entrecruzan para contar algo oculto, siniestrado, abolido, cifrado y desterrado: la muerte.
Pero vayamos al ensayo que nos dispara hablar sobre esto. Dice Lucas: “El problema de darlo por inexistente, mascarada, fantochada, impostura es que no se puede dar por muerto lo que no existe. […] No muere sin reproducirse lo que no nace ni se desarrolla.” No importa que él hable del kirchnerismo, lo interesante es su enfoque sobre el empleo de la palabra muerte. El mecanismo constrictor de la Espiral del silencio es centripetado a fuego de metralla como un sello latinoamericano que sigue vigente metamorfoseadose con otras formas de violencia.
Dicen las autoras sobre los hechos:
“En la trama de “Cien años de soledad”, García Márquez ficcionaliza en Macondo, ciudad donde se desenvuelve la novela, lo ocurrido el 6 de diciembre de 1928, haciendo una descripción detallada de la masacre, de la cual el personaje José Arcadio Segundo sería un sobreviviente.”
Los dirigentes sindicales, comunistas y anarcosindicalistas, convocaron a una huelga que duró 28 días y que trajo perjuicios a la empresa. El gobierno conservador de Miguel Abadía Méndez declaró “estado de alteración del orden público” y “toque de queda” en la víspera de la masacre. Al mismo tiempo, armó una trampa a los trabajadores: se les dijo que el gobernador y el gerente de la United Fruit llegarían en tren para proponer un acuerdo. Al amanecer del día 6 de diciembre, los huelguistas se concentraron en la estación esperando a las autoridades. Pero fueron sorprendidos por la llegada del general Carlos Cortés Vargas, jefe civil y militar de la zona, acompañado por unos 300 soldados. El general leyó a la multitud cuatro decretos ordenando que se dispersase bajo amenaza de abrir fuego. Como la muchedumbre no se retiraba, Cortés Vargas dio un minuto más. Según la historiografía, una voz en el medio de la masa respondió: “Puede quedarse con el minuto que falta” (Roberto Herrera Soto y Renán Veja apud Saldívar, 1997: pág. 60). Los militares abrieron fuego. La masacre ocurrió entre la una y media y las dos de la madrugada. El cálculo de los cadáveres ocurrió sólo a las seis de la mañana. Se supone que entre las dos y las seis hubo procedimientos para hacer desaparecer la gran mayoría de los cuerpos, reduciendo el número oficial a 9, que coincidía con el número de reivindicaciones levantadas por el movimiento, y 3 heridos. Existen documentos gráficos de la fosa común en que fueron enterrados esos 9. El historiador Herrera Soto instala la controversia, sin embargo, diciendo, en su libro “La zona bananera del Magdalena”, que el cálculo completó el número de 13 muertos y 19 heridos. El diario “La prensa” de Barranquilla habló de 100 muertos. El general conservador Pompillio Gutiérrez, cinco meses después de la masacre, dio entrevista al diario “El Espectador” afirmando que tenía pruebas irrefutables de que los muertos eran más de 1000 y que el gobierno lo ocultaba. Carlos Arango, en su libro “Sobreviviente de las bananeras”, habla de centenas de muertos y cita testimonios como los de Carlos Leal y Víctor Gómez Bovea, chofer de uno de los vehículos que llevaron los cadáveres hasta las lanchas para echarlos al mar antes de las 6 de la mañana. El propio cónsul de Estados Unidos, en un informe ahora público, afirmó que los muertos pasaban de 1000 (Saldívar, 1997: pág. 57).
[…]José Arcadio Segundo camina más de tres horas bajo un aguacero torrencial y entonces vislumbra una casa en la cual es recibido por la propietaria que se asusta al verlo, pues él parece haber sido tocado “por la solemnidad de la muerte”. Él comenta a la mujer que deben haber sido tres mil muertos y la mujer niega diciendo que “Desde los tiempos de tu tío, el coronel, no ha pasado nada en Macondo” (pág. 368). Después él pasa por tres casas donde le dicen lo mismo: “No hubo muertos” (pág. 368).
José Arcadio Segundo se clausura en el silencio, retorna a su casa y se esconde en el cuarto de Melquíades. Pero una noche de febrero seis oficiales invaden la casa de Úrsula, revisan cuarto por cuarto. Los oficiales entran en el taller de orfebrería, donde José Arcadio Segundo está sentado y no lo ven, retomando el contexto de realismo maravilloso. “Eran más de tres mil –fue todo cuanto dijo José Arcadio Segundo-. Ahora estoy seguro que eran todos los que estaban en la estación” (pág. 374).
El genocidio y su ocultamiento son experiencias compartidas en nuestro continente. El ejercicio de la escritura y de la lectura puede ser un intento de elaborar colectivamente el luto por esa pérdida. Porque a la omnipresencia de la muerte, la realidad exasperada de la muerte, debe sumarse la censura de su relato, su negación.
Las autoras encuentran la fórmula que la clausura de la muerte en el silencio, en la espiral centrípeta de su negación que se opone a su realidad exasperada. La exasperación de la muerte parecería que aporta el realismo y la censura del relato, lo mágico, lo ficcional, de allí la síntesis que logran los autores de la generación del ‘60 sobre la identidad latinoamericana desde distintas posturas ideológicas aunque con la misma lectura.
“Pero, ¿por qué la ficción? ¿Es acaso porque sólo la ficción literaria puede, en la batalla de las narrativas, enfrentar a la ficción oficial?” Se preguntan las autoras. “Recordemos que, para lo ocurrido en Aracataca, el Estado y la compañía también construyeron una ficción. Ese relato tiene, también él, una poética de muerte.” Recordemos que para el Videla "Los desaparecidos no están, no tienen entidad, no existen". Lo de Videla también forma parte del realismo mágico.
Tratando de desarticular este mecanismo, las autoras advierten sobre el hecho fáctico de “una mirada panorámica que no hubo”. ¿Puede ser que la individuación del relato desvirtúe la mirada panorámica al punto de perder la objetividad y que esto sea el causante de relato ficcionado y mágico? La respuesta parecería ser que es así, los hechos siempre son poco claros, las miradas son fragmentadas y están autoreferenciadas y los actores no tienen la capacidad de una visión global, y cuando digo los actores, como bien advierten las autoras, me refiero a todos los actores, tanto los masacrados como sus verdugos.
El dilema del prisionero nuevamente en juego, tal vez con estos ejemplos se vea por que dicho dilema usa la metáfora de los prisioneros. Decíamos que La posibilidad de que uno de los reos colabore con el otro está en directa relación con el nivel de información que manejan uno del otro. La espiral en consecuencia será mas constrictora cuanto más oscura y cerrada a la libre circulación de información sea. Intersecar, boicotear y dinamitar el libre flujo de información intra público (pueblo) es la manera mas simple y moderna de sometimiento, esto quiere decir de coerción de libertad.
Luego, mas tarde, a partir del ejercicio de la memoria es posible una reconstrucción de un relato no oficial, mas real o si se quiere mas panorámica que nos ayude a situarnos geográficamente pero será muy difícil reconstruir todo el conjunto. Describen este proceso de la siguiente manera:
La historiografía consiguió, por la colecta de testimonios de sobrevivientes, reconstruir muchos de los detalles del episodio, pero las informaciones fragmentadas no permitieron observar el conjunto. Por ese motivo, las víctimas sobrevivientes poco pudieron ayudar en la determinación del número de muertos. Esa es una información que sólo los que recogieron los cadáveres podrían dar y, aun ellos, sufrieron la amenaza de la represión ante la revelación de lo que habían visto. Según Lyotard, el encuentro con lo real, en el caso de los testigos de una catástrofe, es de antemano perdido, porque “no se da en el registro de una conciencia soberana”
“Esa memoria exasperada del detalle es resultado de una conciencia no soberana justamente porque el sujeto que pretende conocer es también objeto, víctima de la violencia. El sobreviviente precisa guardar todos los detalles para “tiempos mejores”, si los hubiere, para cuando esté en condiciones de pensar racionalmente sobre lo sucedido. […] Estar en el tiempo ‘post’catástrofe significa habitar estas catástrofes” (Seligmann-Silva, 2000: pág.103). En las catástrofes, los relojes paran. Más que recordado, el trauma es revivido”.
“[…] A partir de aquel momento, José Arcadio Segundo, se dedica a descifrar los pergaminos. Los pergaminos están escritos en sánscrito. Ellos contienen un mensaje “encriptado”. El trauma también queda “encapsulado” en la memoria, inscripto en ella como en una tumba donde permanece como “algo que conocemos, pero de lo cual nos ‘olvidamos’...” (SELIGMANN-SILVA, 2001: p. 112).”
Cien años de soledad es un libro circular en donde está encriptada la cifra latinoamericana, atrapada en la dualidad civilización-barbarie y se repite como sello identitario latinoamericano a lo largo de todo el continente. Pero a diferencia que en la novela policial inglesa, como recuerda David Viñas, en donde hay un único Sherlock Holmes que devela lo oculto debido a la ineptitud del estado; o de la novela negra donde el estado existe pero esta corrupto y solo puede ser salvado por un núcleo duro de policías honestos que habrán de reconstituir la institución Estado; en la novela latinoamericana el estado es el criminal. Esto quiere decir que aquella institución que había de protegernos y para lo cual fue pergeñada, se convierte en instrumento aniquilador. Aquí las barreras del sujeto y del objeto están borradas de un plumazo. La institución que nos cobija, en su formato Patria, nos aniquila. Y el filicidio no es un crimen más, el padre o la madre que mata a sus hijos esta interrumpiendo su descendencia, y de alguna forma se está aniquilando o clausurando a si mismo.
El mito de La llorona se basa en eso, La maldición de Malinche es el mito de la gesta de la identidad latinoamericana. Citábamos a Bonnie Holmes de la siguiente manera “Se trata de un ser [la Malinche] que se ha instalado en la memoria colectiva como un símbolo maldito y ambivalente: es el arquetipo de la traición a la patria y al mismo tiempo la madre simbólica de los mexicanos, el paradigma del mestizaje”. La ambivalencia de José Arcadio Segundo tratando descifrar lo que pasó, que pese a haber sido protagonista, no logra separarse del trauma para lograr una mirada objetiva sobre los hechos y sobre si mismo.
La de José Arcadio Segundo no es la búsqueda de Sherlock, tampoco la del inspector Baretta, la de José Arcadio Segundo es la búsqueda de Icaro que vuela al sol para saber la verdad sabiendo que al llegar a él, sus alas se derretirán, o las de Rodolfo Walsh cuando escribe su Carta abierta a la Junta Militar como último acto en la búsqueda de su verdad . El derrotero de José Arcadio Segundo, a posteriori del trauma, es la búsqueda de la explicación de lo que ya se sabe, esto quiere decir explicarse a si mismo de que uno ha sido objeto de una vejación, que sabe que ha ocurrido pero que no está dispuesto a aceptar como verdad.
Links:
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/credencial/octubre2005/literatura.htm
http://perio.unlp.edu.ar/question/numeros_anteriores/numero_anterior9/Templates/adoue_otros_9.dwt
http://demacles326.livejournal.com/5788.html
Bibliografía (del ensayo)
BORGES, Jorge Luis. “La casa de Asterión”. El Aleph. Buenos Aires: Emecé, 1957.
BORGES, Jorge Luis. “Funes el memorioso” en: Artificios. 2ª.Ed. Madrid: Alianza, 1995.
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. La Hojarasca. Buenos Aires: Sudamericana, 1969.
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Cien años de soledad. Buenos Aires: Debolsillo, 2003.
SALDÍVAR, Dasso. Gabriel García Márquez. Viagem à semente. Uma biografia. Río de Janeiro: Record, 2000. Trad. Eric Nepomuceno.
SELIGMANN-SILVA, Márcio. “A história como trauma” en: NETROVSKI, Arthur e SELIGMANN-SILVA, Márcio. (orgs.). Catástrofe e Representação. São Paulo: Escuta, 2000.
SELIGMANN-SILVA, Márcio. “Literatura e trauma: um novo paradigma” en: Rivista di Studi Portghesi e Brasiliani n III, 2001.