La teología fue influenciada por los filósofos griegos. Estos muestran un Dios que es el Ser supremo. Le aplican la categoría de Ser, haciendo de él el Ser supremo, motor u origen de todo el ser. El ser humano es participación del Ser de Dios. La obra de redención tiene por objeto llevar al ser humano a otro nivel de ser.
Esa primacía del concepto de ser muestra que Dios es visto a partir de una cosmología. Para los griegos, la realidad está hecha de diversos niveles de ser, que son representados como objetos. Cada nivel es permanente, definido por una naturaleza. La naturaleza es inmutable. No se puede pasar de una naturaleza a otra. Cada elemento del mundo es definido por su situación en la escala de los seres. Por consiguiente, la antropología que corresponde a esa teodicea contempla la naturaleza permanente del ser humano, definido por su naturaleza. Ni el movimiento, ni el tiempo, ni el cambio pertenecen a la naturaleza y, por consiguiente, están desprovistos de interés. Con esas condiciones, no hay posibilidad de alcanzar el sentido de lo que sea la vida. 1
Tomando el ser como valor supremo, la teodicea griega no encuentra manera de interpretar el movimiento, la transformación y la vida. Ella idealiza lo permanente, lo estable, lo inmutable y todo cambio es depreciado - considerado inferior. Lo que se idealiza es la eternidad inmóvil de Dios, que sirve como modelo para los seres humanos. Por eso, la contemplación del ser eterno es superior a las actividades terrestres materiales que actúan en el mundo.
De la eternidad del ser derivan la armonía, el orden y la tranquilidad. De allí la admiración por el firmamento, donde todas las estrellas ocupan los mismos lugares y la misma relación unas con las otras. Su movimiento es permanente y siempre igual. No cambia en nada la sincronía existente entre ellas. Para los filósofos antiguos, el cielo de las estrellas era como una imagen del mundo ideal. Se proclama la superioridad de la vida contemplativa sobre la vida activa – aunque Jesús haya desempeñado vida activa y no vida contemplativa. Basada en una cosmología de la estabilidad, la concepción del Dios como Ser supremo engendra una religión conservadora. La sociedad debe imitar el orden de las estrellas. Todo cambio será visto como desorden, como desobediencia al Creador, que creó las cosas para que sean estables, cada una según su naturaleza. El ideal humano por excelencia es el orden. De hecho, durante toda la historia de la cristiandad, el concepto de orden estuvo en el centro de la teología. La teología dogmática muestra el orden del universo, y la moral muestra cómo se debe obrar para mantener el orden. Lo bueno es lo ordenado Esa metafísica entró profundamente en la teología que, por ese motivo, ignora la subjetividad o desconfía de ella, como desconfía de todos los movimientos filosóficos modernos que estudiaron diversos aspectos de la subjetividad.
[…]La presencia del Ser como eje principal del pensamiento católico solamente podía agradar a las clases dirigentes de la sociedad, que sentían el apoyo de la Iglesia en sus luchas contra cualquier tipo de revolución o de cambio. Hasta hoy la Iglesia romana, especialmente en Europa, no consiguió y no quiso liberarse de ese conservadurismo. Se tornó en guardiana del orden. Se constituyó en firme apoyo a los partidos conservadores, tolerando solamente algunos movimientos progresistas de católicos, pero con muchas reservas. Esa práctica conservadora podía invocar argumentos sacados de la teología tradicional de Occidente.3
[…]La conquista fue hecha bajo la señal de la muerte. Los pueblos indígenas fueron exterminados, reducidos a la esclavitud, víctimas de enfermedades desconocidas. Se desencadenó un genocidio que hizo desaparecer a la gran mayoría de la población – tal vez 80% y en ciertas regiones más todavía. Algunos estiman en 80 o 90 millones el número de víctimas. En la isla de Santo Domingo y en la isla de Cuba no sobrevivió ningún indígena. Fue un inmenso genocidio.6
Los indígenas vivieron eso como un gigantesco cataclismo contra el cual no había defensa posible. 7 La conquista se realizó con una crueldad increíble. Los indígenas fueron torturados, quemados, cortados en pedazos. Todo lo que tenían fue destruido. Perdieron sus ciudades, su organización social, su sistema económico, su cultura y, poco a poco, la propia lengua. Para ellos, fue como si el mundo hubiese acabado, dejando apenas ruinas.8
Chilam Balam de Chumayel, el porta-voz del pueblo Maya, narra lo siguiente respecto a lo que aconteció con la llegada de los españoles: "Entró para nosotros la tristeza... Porque los 'muy cristianos' llegaron aquí con el verdadero Dios. Pero ése fue el principio de nuestra miseria, el principio del tributo, el principio de la “limosna”, la causa de la cual salió la discordia oculta, el principio de peleas con armas de fuego, el principio de los atropellos, el principio del despojamiento de todos, el principio de la esclavitud, el principio de las deudas ficticias, el principio del sufrimiento. Fue el principio de la obra de los españoles y de los padres, el principio de los caciques, de los maestros de escuela y de los fiscales.
[…]Los conquistadores se apoderaron de las tierras productivas, y los indígenas tuvieron que trabajar como esclavos, siendo tratados con crueldad.
Después de ellos, vinieron los esclavos africanos. Fue otro genocídio. El comercio de los esclavos africanos se transformó en relevante negocio, que permitió la primera gran acumulación de capital y el origen del capitalismo. El comercio de los esclavos hizo la riqueza de Europa. Millones de esclavos fueron llevados del África para la América. Muchos murieron en el viaje, dadas las condiciones infrahumanas en que eran transportados en los navíos. Como esclavos, tuvieron que trabajar en las plantaciones o en las minas. Los que eran escogidos para el servicio doméstico podían considerarse privilegiados.
Los esclavos africanos perdían la libertad, sus familias, sus bienes, su lengua y su religión. Entraban en un mundo totalmente ajeno, sin comunicación alguna a no ser la amenaza de castigo. Estaban rigurosamente sin nada, contando solamente con la comida dada por el dueño - que era siempre escasa. Morían después de pocos años, agotados por las condiciones de trabajo.
[…]Cuando se habla de muerte y vida en este continente, no podemos perder de vista esa historia, pues ella continúa determinando la condición de los pueblos.
Hace casi dos siglos que se proclamó la independencia en la mayoría de los países que nacieron de la desintegración del imperio español - y, en el caso del Brasil, del imperio portugués. Los nuevos Estados independientes imitaron las constituciones de los Estados europeos o de los Estados Unidos. Proclamaron la libertad de todos, pero no suprimieron la esclavitud a no ser mucho más tarde. Proclamaron la igualdad de todos los ciudadanos, pero unos pocos tenían todo y la mayoría quedaba sin nada. Toda la propiedad quedaba en las manos de las familias de los vencedores, y la solidaridad era puro discurso.
[…]Todo eso hace de América Latina un continente de muerte. Las elites no quieren ver, no quieren saber y procuran esconder la realidad. Creen que, con un buen discurso, los problemas se resuelven. Un turista o un viajero pueden perfectamente recorrer muchas de nuestras ciudades y puntos turísticos sin descubrir que existen millares de miserables. Mientras las elites se nieguen a ver y a reconocer la realidad, será muy difícil cambiar la situación.
[…]Esta lucha entre la muerte y la vida constituye el drama de la historia humana. Claro que en esa historia ocurrieron muchas otras cosas. Hubo la formación y el desarrollo de civilizaciones, cambios en el modo de vivir, prolongación de la vida gracias al conocimiento más exacto tanto de las enfermedades como de los remedios - y así sucesivamente. Todo esto es evidente, ni precisaría ser recordado. Sin embargo, en el fondo de cada expresión de la historia humana está siempre presente una cuestión fundamental: ¿esto favorece la muerte o la vida?
Esta lucha entre fuerzas de vida y fuerzas de muerte es el desafío de la libertad: ¿vamos a matar o a dar vida? Esa elección, ese ejercicio de la libertad desafía a cada persona. Cada una se define por la respuesta a la pregunta: ¿estoy dando vida o destruyéndola? ¿Hasta qué punto yo estoy dando vida y hasta qué punto la estoy destruyendo?
Los seres humanos están llamados a tejer su vida; el nivel más profundo de la opción es la elección entre el servicio a los otros o la destrucción de los otros. Es en esa elección que se define para siempre el valor de la persona. Su suerte, al final de esta vida terrestre, depende de la elección hecha durante esta vida.
[…]Dios salva y perdona gratuitamente. No necesitamos pagar um precio para que Dios se disponga a perdonar. El amor de Dios es gratuito y no está condicionado por obras de religión que procuram agradar.
Pero, entonces, ¿por qué será que esa idea de la satisfacción - necesaria para la contraposición a los pecados – fue tan aceptada a lo largo de la historia de la humanidad? ¿De dónde viene la fuerza de esa idea que ocupó un lugar tan importante en las religiones? Lo que se puede es formular hipótesis. He aquí una de ellas, que me parece tener cierto valor explicativo. La necesidad del precio que se tiene que pagar para evitar el castigo es una transferencia para la relación entre Dios y los seres humanos, de la relación entre los que tienen poder y los que no tienen poder en la sociedad.
Los que dominan exigen una satisfacción y una compensación, un castigo o algo equivalente para perdonar. Su poder reposa sobre esa necesidad. De esa manera, ellos imponen su dominación e impiden la revuelta de los subordinados. En nuestras sociedades, las ideas de castigo y de satisfacción, de que el sufrimiento es el precio que se debe pagar para ser perdonado, están en la base del sistema judicial. Esa relación entre los poderosos y los otros permanece en pleno vigor - aunque nuestras sociedades afirmen defender los derechos humanos. Infligir el mal es necesario para poder perdonar. El sistema de cárceles estaba y todavía está fundado en ese principio, a pesar de las bellas teorías jurídicas que en la práctica son dominadas por el viejo principio de la venganza y del sagrado deber de la venganza.
Los pueblos hacen esa transposición para Dios. Los poderosos explican que Dios es todopoderoso y como cualquier poderoso exige satisfacción, castiga el pecador y le exige sufrimiento.
[…]La pastoral del miedo dio inmenso prestigio al clero. Los sacerdotes eran los que podían salvar a las personas del castigo del infierno y de diversos flagelos. Esa pastoral que fue el principal instrumento de la Iglesia para mantener en su seno una multitud de fieles. A su vez, en esos siglos de la cristiandad, el evangelio dejó de ocupar un lugar destacado en la pastoral. La propia eucaristía era un rito para disminuir las penas de los difuntos que estaban en el purgatorio. La pastoral del miedo gira alrededor de la muerte. La muerte fue su gran tema y el gran medio de prestigio de la Iglesia, pues ella era el refugio contra los efectos negativos de la muerte. La Iglesia tornaba la muerte más aceptable, menos asustadora. La predicación se pautaba, sobre todo, en ser una preparación para la muerte, en lugar de ser una preparación para la vida. Ahora bien, en lugar de todos esos remedios que constituyen las prácticas de preparación para la muerte, podemos contar con el Espíritu que da vida, el Espíritu que nos da fuerza, coraje e inteligencia para vivir. El combate entre la muerte y la vida se concluye con la victoria final de la vida. El Espíritu vence llevando a Cristo al mundo nuevo por la resurrección y, después de él, a todos los seguidores fieles.
Fragmento:
La Vida
En búsqueda de la libertad -José Comblin
Título original “A vida em busca da liberdade”, de José Comblin, 2007