Los procesos fronterizos constituyen una entrada estratégica para la comprensión de los procesos socioculturales contemporáneos. Hace varias décadas, al menos desde Barth (1976) y Cardoso de Oliveira (1976 y 1996), sabemos que estudiar identificaciones es estudiar sus límites. Es decir, los grupos y las identificaciones no pueden comprenderse en sí mismos, sino en relación con otros, en un entramado de relaciones que repone una situación de contacto, una situación de frontera. Estudiando límites podemos saber aquello que un grupo o una identificación incluyen y excluyen, así como los dispositivos a través de los cuales construyen esas diferencias, articulándolas en la mayor parte de los casos con formas de desigualdad.
Una parte de los nuevos procesos y problemas que proliferaron en los estudios socioculturales durante la década del ‘90 fue conceptualizada a través de términos como identidades, fronteras, territorios. Esos términos se convirtieron en “metáforas comodines”, útiles para hacer referencia a las más variadas dimensiones y situaciones. La expansión de esos usos metafóricos se combinó en ciertos casos con una perspectiva que enfatizaba excesivamente la textualidad de “lo real” y la estética de lo social, muchas veces en detrimento de analizar conflictos de intereses que se expresaban no sólo en identidades políticas, sino también en políticas de identidad. En diversas regiones del mundo, nuevas formas de agrupamiento, así como la reaparición o el fortalecimiento de otras más antiguas, expresan luchas contra la desigualdad y por los derechos de la diferencia. A través de estos procesos, algunos conceptos centrales para comprender nuestra época se convirtieron en problemas –“no problemas analíticos, sino movimientos históricos que todavía no han sido resueltos” (Williams, 1980: 21). Cuando esto sucede “no tiene sentido prestar oídos a sus sonoras invitaciones o a sus resonantes estruendos” (ibíd.), ya que esa resonancia no es más que una convocatoria a la reproducción de un cierto saber, de una cierta práctica, de un cierto campo.[…]
Las fronteras son espacios de condensación de procesos socioculturales. Esas interfaces tangibles de los estados nacionales unen y separan de modos diversos, tanto en términos materiales como simbólicos. Hay fronteras que sólo figuran en mapas y otras que tienen muros de acero, fronteras donde la nacionalidad es una noción difusa y otras donde constituye la categoría central de identificación e interacción. Esa diversidad, a la vez, se encuentra sujeta a procesos y tendencias. Paradójicamente, cuando se anuncia el “fin de las fronteras”, en muchas regiones hay límites que devienen más poderosos.
En los últimos años, una parte sustancial de las investigaciones sobre fronteras en el Cono Sur se vinculó a una disconformidad teórica y política respecto de una importante corriente del estudio de las identidades y las culturas. Se trata de aquella vertiente que enfatiza la multiplicidad de identidades y su fragmentación, ocluyendo las relaciones de poder en general y la intervención del estado en particular. Las fronteras políticas constituyen un terreno sumamente productivo para pensar las relaciones de poder en el plano sociocultural, ya que los intereses, acciones e identificaciones de los actores locales encuentran diversas articulaciones y conflictos con los planes y la penetración del estado nacional. La crisis del estado, como se ha visto en diversas fronteras, se expresa fundamentalmente en términos de protección social, pero los sistemas de control y represión (del pequeño contrabando fronterizo, de las migraciones limítrofes) tienden a reforzarse. Por ello, el estado continúa teniendo un rol dominante como árbitro del control, la violencia, el orden y la organización para aquellos cuya identidad está siendo transformada por fuerzas mundiales. Por ello, es riesgoso subestimar el rol que el estado continúa jugando en la vida cotidiana de sus propios y otros ciudadanos. En diferentes países del Cono Sur, los estados nacionales guiados por hipótesis de conflicto bélico construyeron dispositivos para intervenir masivamente en la vida cotidiana de los pobladores fronterizos (Vidal, 2000).
Las zonas fronterizas constituyen espacios liminales donde se producen a la vez identidades transnacionales, así como conflictos y estigmatizaciones entre grupos nacionales. Como zonas de expansión y de límite, se reconfiguran para cumplir nuevas funciones en el nuevo orden global y regional. En diversas regiones se manifiestan dos procesos aparentemente contradictorios: la construcción de distinciones identitarias, y la construcción de elementos o rasgos compartidos por sus habitantes más allá del límite político existente. Estas zonas de frontera del Cono Sur están siendo analizadas no sólo como localizaciones de conflictos interestatales o del desarrollo de hermandades inmemoriales, sino como espacios estratégicos donde las tensiones entre estos aspectos se debaten y se procesan.
En estas zonas se desarrollan relaciones interculturales que no plantean necesariamente la “pérdida de identidad” nacional. En muchos casos, por el contrario, esas identificaciones se encuentran exacerbadas, atravesadas por el mandato nacionalista de “hacer patria”. Una incógnita pendiente se refiere a la persistencia de la noción de frontera como límite que establece roles sociales diferentes para los actores a uno y otro lado de la línea, en el marco de procesos como el Mercosur u otros que se anuncian para el futuro, y que supuestamente implicarían la desaparición de esos límites. En la actualidad, estos procesos tienden a resignificar y recrear las asociaciones de la noción de frontera no sólo con categorías de diferencia, sino con otras que se refieren a superior- i n f e r i o r, pobres- ricos, orden-desorden.
*Instituto de Desarrollo Económico y Social (Argentina). Doctorando de Antropología, Universidad de Brasilia. Becario del CONICET. Publicó los siguientes libros: Relatos de la diferencia y la igualdad, Interculturalidad y comunicación, Fronteras, naciones e identidades y Audiencias, cultura y poder (con Mirta Varela).
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