36 Jehová hizo que el pueblo se ganara el favor de los egipcios, y estos les dieron cuanto pedían. Así despojaron a los egipcios. Exodo 11-12
Imaginemos un espacio incomunicado, un espacio aislado, marginal. Un desierto yermo, donde los mensajes están imposibilitados de circular, se estancan, se ralentizan hasta detenerse, hasta pudrirse.
Imaginemos ese espacio además, donde no pasa nada, donde todo está inmóvil, inanimado, donde el tedio y el aburrimiento, la desidia y la bronca impotente que da un statu quo impuesto, turba las mentes, las acalora y las perturba.
Pensemos en ese espacio tonto y repulsivo, como un conjunto de espacios de ese tipo. Un macro espacio donde se reproduce hasta el infinito como en un cuento de Borges este esquema. Un archipiélago de islas unidas por ningún mar, tal vez por un sentimiento de soledades comunes.
Ensayemos ahora, para desgracia de esos lugares, cartografiados en una geografía del tedio, que los espacios son permanentemente violentados, agredidos, maltratados sin razón, sin lógica, o con lógica pero con una lógica extraña, ilógica.
Ubiquemos en esos espacio habitantes, gente de carne y hueso que tiene que vivir allí, porque no tiene donde ir, porque siente ese archipiélago como propio, por la fe, por la tozudez. Padres, hijos, familias enteras. Gente que se sabe que está pero no está. Que presiente que su tiempo es otro, que su cultura ya fue, que todo está perdido. Gente que no tiene telón de fondo en su horizonte infinito, en su ambiente yermo, que extravía su mirada en el infinito del paisaje. Gente que casi ha perdido la esperanza.
Pensemos que así por así, a alguien se le ocurre partir y comienza a pergeñar un plan para escaparle al lugar, al acosador, al tedio, a la soledad, al infinito; salir de esa situación kafkiana, algo que si bien todos han pensado en algún lugar se su inconsciente, nade a podido verbalizar todavía.
Un Papillón, tal vez varios, donde unos pocos que planean la fuga de del a Isla de Diablo que todos fantasean y se ponen en marcha.
Estudian el mapa, ven sus fortalezas y debilidades. Cartografían los puntos débiles, planifican una acción para hacer colapsar el régimen. Tal vez uno, tal vez varios papillones reales, pero todos virtuales.
Y de repente una noche o un día, es el día y A le dice a B y B le dice a C y C le comenta a Z que a su vez ya le ha venido el rumor por cientos de lados. Todos saben, todos estan listos y se disponen a salir de Egipto.
Es una liberación estúpida, a ninguna parte, si lo mismo podrían haber seguido viviendo de la misma forma por los siglos de los siglos pero no, no sucede de esa forma.
Se ponen en marcha.
Es una marcha lenta y complicada. Es como una escola do samba de la tristeza, donde l os diferentes alas han practicado hasta el hartazgo su papel virtual, pero que nunca han podido sambar juntos, dadas las dimensiones, las diversidades, las imposibilidades materiales y económicas. La cosa es sambar, y todos confluyen en la pasarela do samba.
No se conocen. Solo algunos de acá conocen a otros de por allá o mas allá, pero todos se conocen y los del grupo, si se conocen… Se aguantan pero no tienen otra.
De repente el silencio, ni el mar rojo abierto a sus lados perturba la marcha y el paso lento. El silencio aglutina la escola do samba silenciosa. Es el tránsito hacia ningún lado, es el tránsito hacia el año que viene, es el tránsito por el tránsito mismo. Es un tránsito ecológico y también nervioso.
Y el camino se cartografía en la medida que se avanza, pero son tantos… Algunos se retrasan, otros se adelantan. Hay viejos y niños, enfermos. Es el pueblo, es una procesión que se pare a si misma.
Y en el camino aparecen becerros, dictadores, tiranos. ¿Quienes son…?
Pero si nosotros huimos del faraón de Egipto, en realidad no huimos, él no nos puede detener, nos derramamos de sus dominios, fluimos de él. Nos empezamos a diferenciar.
Somos en la medida que nos alejamos, somos en la medida que nos reconocemos como iguales, somos en la medida que empezamos a sonreír.
Allá atrás tal vez quede el faraón, allá adelante tal vez nos espera un destino incierto, pero nuestro. Nos desprendemos de un padre para ser nosotros los hermanos, en una marcha sonsa cadenciosa pero proyectada hacia adelante
Imaginemos ese espacio además, donde no pasa nada, donde todo está inmóvil, inanimado, donde el tedio y el aburrimiento, la desidia y la bronca impotente que da un statu quo impuesto, turba las mentes, las acalora y las perturba.
Pensemos en ese espacio tonto y repulsivo, como un conjunto de espacios de ese tipo. Un macro espacio donde se reproduce hasta el infinito como en un cuento de Borges este esquema. Un archipiélago de islas unidas por ningún mar, tal vez por un sentimiento de soledades comunes.
Ensayemos ahora, para desgracia de esos lugares, cartografiados en una geografía del tedio, que los espacios son permanentemente violentados, agredidos, maltratados sin razón, sin lógica, o con lógica pero con una lógica extraña, ilógica.
Ubiquemos en esos espacio habitantes, gente de carne y hueso que tiene que vivir allí, porque no tiene donde ir, porque siente ese archipiélago como propio, por la fe, por la tozudez. Padres, hijos, familias enteras. Gente que se sabe que está pero no está. Que presiente que su tiempo es otro, que su cultura ya fue, que todo está perdido. Gente que no tiene telón de fondo en su horizonte infinito, en su ambiente yermo, que extravía su mirada en el infinito del paisaje. Gente que casi ha perdido la esperanza.
Pensemos que así por así, a alguien se le ocurre partir y comienza a pergeñar un plan para escaparle al lugar, al acosador, al tedio, a la soledad, al infinito; salir de esa situación kafkiana, algo que si bien todos han pensado en algún lugar se su inconsciente, nade a podido verbalizar todavía.
Un Papillón, tal vez varios, donde unos pocos que planean la fuga de del a Isla de Diablo que todos fantasean y se ponen en marcha.
Estudian el mapa, ven sus fortalezas y debilidades. Cartografían los puntos débiles, planifican una acción para hacer colapsar el régimen. Tal vez uno, tal vez varios papillones reales, pero todos virtuales.
Y de repente una noche o un día, es el día y A le dice a B y B le dice a C y C le comenta a Z que a su vez ya le ha venido el rumor por cientos de lados. Todos saben, todos estan listos y se disponen a salir de Egipto.
Es una liberación estúpida, a ninguna parte, si lo mismo podrían haber seguido viviendo de la misma forma por los siglos de los siglos pero no, no sucede de esa forma.
Se ponen en marcha.
Es una marcha lenta y complicada. Es como una escola do samba de la tristeza, donde l os diferentes alas han practicado hasta el hartazgo su papel virtual, pero que nunca han podido sambar juntos, dadas las dimensiones, las diversidades, las imposibilidades materiales y económicas. La cosa es sambar, y todos confluyen en la pasarela do samba.
No se conocen. Solo algunos de acá conocen a otros de por allá o mas allá, pero todos se conocen y los del grupo, si se conocen… Se aguantan pero no tienen otra.
De repente el silencio, ni el mar rojo abierto a sus lados perturba la marcha y el paso lento. El silencio aglutina la escola do samba silenciosa. Es el tránsito hacia ningún lado, es el tránsito hacia el año que viene, es el tránsito por el tránsito mismo. Es un tránsito ecológico y también nervioso.
Y el camino se cartografía en la medida que se avanza, pero son tantos… Algunos se retrasan, otros se adelantan. Hay viejos y niños, enfermos. Es el pueblo, es una procesión que se pare a si misma.
Y en el camino aparecen becerros, dictadores, tiranos. ¿Quienes son…?
Pero si nosotros huimos del faraón de Egipto, en realidad no huimos, él no nos puede detener, nos derramamos de sus dominios, fluimos de él. Nos empezamos a diferenciar.
Somos en la medida que nos alejamos, somos en la medida que nos reconocemos como iguales, somos en la medida que empezamos a sonreír.
Allá atrás tal vez quede el faraón, allá adelante tal vez nos espera un destino incierto, pero nuestro. Nos desprendemos de un padre para ser nosotros los hermanos, en una marcha sonsa cadenciosa pero proyectada hacia adelante
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