Mi intención en este post no era promover a que la bendita clase media salte por la ventana. Todo lo contrario, advertir que esa posibilidad es muy remota. Lo que pasa es que uno no puede decir TODO en un solo post, primero porque hacía mucho que no me salía uno todo de un solo tirón, (lo que no es ni bueno ni malo porque lo que gana en espontaneidad tal vez pierda por falta de elaboración), que le vamos a hacer así es postear.
Es por eso que para aclarar el panorama, como dijo Arjona, voy directamente al catanpeist de un extracto del original de Zygmunt Bauman en el primer capítulo de la mencionada obra Modernidad Líquida, y a ver si se aclara o se oscurece. De lo que no me voy a hacer cargo es del pánico que todo esto sugiere. La negritas son mías.
El libro “1984”, de George Orwell, fue, en el momento en que fue escrito, el más exhaustivo -y canónico- inventario de los miedos y aprensiones que asolaban a la modernidad pesada. Una vez proyectados sobre el diagnostico de los problemas contemporáneos las causas de los sufrimientos contemporáneos, esos temores marcaron el norte del programa de emancipación del la época. El verdadero 1984 llego, y la visión de Orwell fue recuperada puntualmente y debatida -como era esperable- en publico y meticulosamente ventilada, quizá por ultima vez. Como era esperable también, muchos escritores afilaron el lápiz para deslindar aciertos y errores de la profecía de Orwell, de acuerdo con el lapso que Orwell había previsto para que sus palabras se hicieran realidad. En nuestro tiempo, cuando hasta la inmortalidad de los hitos y monumentos de la historia cultural de la humanidad esta sujeta a un reciclaje permanente y cuando hasta periódicamente se debe llamar la atención de los humanos sobre dichos hitos y monumentos en ocasión de algún aniversario o por el aspaviento que precede y acompaña las exposiciones retrospectivas (para desaparecer de la imagen y el pensamiento después del cierre de la exposición o hasta ocupar espacio en la prensa y tiempo en la televisión con la llegada de un nuevo aniversario), no es de extrañar el tratamiento otorgado al "acontecimiento Orwell", que no fue demasiado diferente del acordado intermitentemente a similares acontecimientos, como el de Tutankamon, el Oro Inca, Vermeer, Picasso o Monet.
Aun así, la brevedad de las celebraciones de 1984, la tibieza y el rápido enfriamiento del interés que despertó y la velocidad con la que la chef-d’ouvre de Orwell volvió a sumergirse en el olvido cuando el bombo de la prensa se ha acallado nos obligan a detenernos y reflexionar. Después de todo, ese libro fue durante décadas (y hasta hace apenas un par de décadas) el catálogo mas autorizado de temores, presagios y pesadillas públicos; entonces, ¿por qué despertó tan solo un interés pasajero durante su breve resurrección? La única explicación coherente es que la gente que discutía el libro en 1984 no estaba entusiasmada ni se sentía incentivada por el tema sobre el que se le había encomendado debatir o reflexionar porque ya no era capaz de reconocer, en la distopía de Orwell, ni sus ptopias angustias y frustraciones ni las pesadillas de sus vecinos de al lado. El libro volvió a ocupar la atención pública tan solo fugazmente, se le confirió un status indeterminado entre la Historia Naturalis de Plinio el Viejo y las profecías de Nostradamus.
- Hay formas peores de definir los periodos históricos que por el tipo de "demonios interiores" que los asolan y atormentan. Durante muchos años, la distopía de Orwell, junto con el siniestro potencial del proyecto iluminista desentrañado por Adorno y Horkheimer, el panóptico de Bentham/Foucault y los recurrentes síntomas de la marea totalitaria, fue identificada con la idea de "modernidad". No es de extrañar, por lo tanto, que cuando la escena pública se vio aliviada de sus antiguos miedos, y otros nuevos, muy diferentes de los horrores del inminente Gleichschaltung y la perdida de la libertad, subieron a escena y se hicieron espacio en el debate público, algunos observadores no tardaron en proclamar el "fin de la modernidad" (o mas directamente aun, el fin de la historia misma, argumentando que ya había alcanzado su telos al haber hecho que la libertad, al menos el tipo de libertad cuyos ejemplos son el libre mercado y la libertad de elección, fuera inmune a toda amenaza futura). Y sin embargo (y el reconocimiento es para Mark Twain), la noticia de la muerte de la modernidad, e incluso los rumores de su canto de cisne, son una burda exageración: la profusión de los obituarios no los hace menos prematuros. Parece que la sociedad que fue analizada y enjuiciada por los fundadores de la teoría crítica, (o para el caso, por la distopía de Orwell) fuera solo una de las formas que la versátil y proteica sociedad moderna puede tomar. Su decadencia no augura el fin de la modernidad ni proclama el final de la desdicha humana. Menos aun presagia el fin de la crítica como labor y vocación intelectual; y bajo ningún punto de vista hace de esa critica algo superfluo.
La sociedad que ingresa al siglo XXI no es menos "moderna" que la que ingreso al siglo XX; a lo sumo, se puede decir que es moderna de manera diferente. Lo que la hace tan moderna como la de un siglo atrás es lo que diferencia a la modernidad de cualquier otra forma histórica de cohabitación humana: la compulsiva, obsesiva, continua, irrefrenable y eternamente incompleta modernización; la sobrecogedora, inextirpable e inextinguible sed de creación destructiva (o de creatividad destructiva, según sea el caso: "limpieza del terreno" en nombre de un diseño "nuevo y mejorado"; "desmantelamiento", "eliminación", "discontinuación", "fusión" o "achicamiento", todo en aras de una mayor capacidad de hacer mas de lo mismo en el futuro, -aumentar la productividad o la competitividad-).
Como lo señalara Ephrain Lessing hace ya largo tiempo, en los umbrales de la era moderna fuimos emancipados de nuestra fe en el acto de la creación, en la revelación y en la condenación eterna. Una vez eliminadas esas creencias, los humanos nos encontramos "a nuestra merced" -lo que significa que de allí en mas ya no hubo otros limites para el progreso y el automejoramiento que los impuestos por la calidad de nuestros talentos heredados o adquiridos: recursos, temple, voluntad y determinación-. Y todo aquello que fue hecho por el hombre, el hombre lo puede deshacer. Ser moderno termino significando, como en la actualidad, ser incapaz de detenerse y menos aun de quedarse quieto. Nos movemos y estamos obligados a movemos, pero no tanto por la "postergación de la gratificación", como sugería Max Weber, sino porque no existe posibilidad alguna de encontrar gratificación el horizonte de la gratificación, la línea de llegada en que el esfuerzo cesa y adviene el momento del reconfortante descanso después de una labor cumplida, se aleja mas rápido que el mas veloz de los corredores. La completud siempre es futura, y los logros pierden su atractivo y su poder gratificador en el mismo instante de su obtención, si no antes. Ser moderno significa estar eternamente un paso delante de uno mismo, en estado de constante trasgresión (en palabras de Friedrich Nietzsche, no se puede ser Mensch -hombre- sin ser, o al menos esforzarse por ser; Übermensch -superhombre-); también significa tener una identidad que solo existe en tanto proyecto inacabado. En lo que a todo esto se refiere, la situación de nuestros abuelos y la nuestra no son demasiado diferentes.
Sin embargo, hay dos características que hacen que nuestra situación, -nuestra forma de modernidad- sea novedosa y diferente.
La primera es el gradual colapso y la lenta decadencia de la ilusión moderna temprana, la creencia de que el camino que transitamos tiene un final, un telos de cambio histórico alcanzable, un estado de perfección a ser alcanzado mañana, el año próximo o en el próximo milenio, una especie de sociedad buena, justa y sin conflictos en todos o en algunos de sus postulados: equilibrio sostenido entre la oferta y la demanda y satisfacción de todas las necesidades; perfecto orden, en el que cada cosa ocupa su lugar, las dislocaciones no perduran y ningún lugar es puesto en duda; absoluta transparencia de los asuntos humanos gracias al conocimiento de todo lo que es necesario conocer; completo control del futuro -completo al punto de poder eliminar toda contingencia, disputa, ambivalencia y consecuencia imprevista de los emprendimientos humanos-.
El segundo cambio fundamental es la desregulación y la privatización de las tareas y responsabilidades de la modernización. Aquello que era considerado un trabajo a ser realizado por la razón humana en tanto atributo y propiedad de la especie humana ha sido fragmentado ("individualizado"), cedido al coraje y la energía individuales y dejado en manos de la administración de los individuos y de sus recursos individualmente administrados. Si bien la idea de progreso (o de toda otra modernización futura del statu quo) a través del accionar legislativo de la sociedad en su conjunto no ha sido abandonada completamente, el énfasis (junto con la carga de la responsabilidad) ha sido volcado sobre la autoafirmación del individuo. Esta fatídica retirada se ha visto reflejada en el corrimiento que hizo el discurso ético/político desde el marco de la "sociedad justa" hacia el de los "derechos humanos", lo que implica reenfocar ese discurso en el derecho de los individuos a ser diferentes y a elegir y tomar a voluntad sus propios modelos de felicidad y de estilo de vida mas conveniente.
Las esperanzas de progreso, en vez de transformarse en dinero a lo grande en las arcas del gobierno, se han focalizado en cambios menores en el bolsillo de los contribuyentes. Si la modernidad original era pesada en la cima, la modernidad actual es liviana en la cima, luego de liberarse de sus deberes "emancipadores" salvo el de delegar el trabajo de la emancipación en las capas medias y bajas, sobre las que ha recaído la mayor parte de la carga de la continua modernización. "No mas salvación por la sociedad", proclamaba el famoso apóstol del nuevo espíritu comercial Peter Drucker. "No existe la sociedad", declaraba mas rotundamente Margaret Thatcher. No mires hacia arriba ni hacia abajo; mira adentro tuyo, donde se supone residen tu astucia, tu voluntad y tu poder, que son todas las herramientas que necesitaras para progresar en la vida.
Ya no hay "un Gran Hermano observándote"; ahora tu tarea es observar las crecientes filas de Grandes Hermanos y Grandes Hermanas, observarlos atenta y ávidamente, por si encuentras algo que pueda servirte: un ejemplo a imitar o un consejo sobre como enfrentar tus problemas que, como sus problemas, deben y solo pueden ser enfrentados individualmente. Ya no hay grandes lideres que te digan que hacer, liberándote así de la responsabilidad de las consecuencias de tus actos; en el mundo de los individuos, solo hay otros individuos de quienes puedes tomar el ejemplo de como moverte en los asuntos de tu vida, cargando con toda la responsabilidad de haber confiado en ese ejemplo y no en
Como osan estos Kirchners licuar la realidad y pretender que “La completud siempre es futura, y los logros pierden su atractivo y su poder gratificador en el mismo instante de su obtención, si no antes.” O acaso de acá en adelante “Ser moderno significa estar eternamente un paso delante de uno mismo, en estado de constante trasgresión”. Donde quedan la solidez de La Nación, la retórica del campo, la virgen y el ejercito. Los K son los magos que hacen esfumar nuestro futuro, aquel que soñaron nuestros abuelos, solo por eso debemos desterrarlos.
No hay línea de llegada, no existe un telos kirchnerista
Autor de la foto