“tanto interés en nosotros, que vivimos como cualquier pobre”

Bella Unión, el rincón de la rinconada

No es la primera vez que nos ocupamos del tema Frontera, Límite, no hace mucho Rib inauguraba una serie de posts que desde acá seguimos y cuyo eje se desarrolla a partir de los trabajos de Eduardo Gudynas y Alejandro Grimson y consiste en diferenciar el límite territorial que demarca una frontera de lo que los autores dan por llamar zona fronteriza. Si el primero está precisamente definido (o no) por la autoridad política o por algún hito geográfico, la segunda es mas difusa, comprende todas las divisiones políticas y sociales que tengan que ver con la frontera a ambos lados de la misma.

Grimson recomienda e incentiva el concurrir a esa zona de frontera y corroborar in situ los términos del límite que separa la frontera, de otra manera quedarían ocultos muchos ribetes que desde adentro de la zona en cuestión quedan fácilmente reconocibles.

Estudiar identificaciones es estudiar sus límites. Es decir, los grupos y las identificaciones no pueden comprenderse en sí mismos, sino en relación con otros, en un entramado de relaciones que repone una situación de contacto, una situación de frontera.

Extendiendo este procedimiento podríamos trasladarlo a otros ámbitos fronteras adentro, fronteras internas, fronteras húmedas, bordes, civilización y barbarie. Si la aproximación a la frontera es la concepción del acercamiento a un límite que demarca un borde, también caben las consideraciones matemáticas del concepto de límite. Para ello solo basta imaginarnos caminando hacia una pared real de a pasos en donde el paso siguiente es la mitad de largo que el anterior. Es evidente que nunca llegaremos a la pared pero estaremos tan cerca de la pared (real) tanto como nos lo propongamos. La pared en este caso es el límite. En el trayecto quedará un gradinte de acercamiento que se definirá por lo aceptable mas allá que por lo verdadero  o lo real.

En esta oportunidad es Silvina Merenson la que sigue las recomendaciones de Grimson y se tralada la frontera tripartita  entre Brasil, Uruguay y Argentina, mas precisamente a la población uruguaya de Bella Unión,  para tratar de revelar los distintos modos en que los habitantes de una zona limítrofe, el discurso estatal, la historiografía y los medios de comunicación en Uruguay significaron y significan la frontera.

Se propone identificar y comprender cuatro formas de dar cuenta de las fronteras territoriales y simbólicas que articulan la condición de triple frontera territorial de Bella Unión y de sus habitantes. La primera se hace eco de un “discurso de hermandad” (Grimson 2000) entre Uruguay, Brasil y la Argentina y resalta la integración entre los habitantes de las fronteras. La segunda lectura subraya el carácter “débil”, “blando” o “indefinido” que “históricamente” tuvo la frontera norte uruguaya y condena la “penetración” o “invasión” que experimenta Bella Unión por parte de los países vecinos. La tercera lectura tiene por sujeto un sector socioeconómico específico de la sociedad bellaunionense –los peludos– y está vinculada a un relato político de continuidad histórica que hunde sus raíces en el siglo XIX. Finalmente, la cuarta y última lectura regresa sobre los peludos de Bella Unión, pero esta vez para testimoniar de otro modo “lo marginal que habita en el margen” –los pobres que habitan la frontera– y para representar a Bella Unión como la máxima expresión territorial y simbólica de la “frontera de la frontera”. Esta idea concibe un Uruguay que, por su ubicación y extensión territorial, funciona como “límite entre dos gigantes” o como “Estado tapón”, del que Bella Unión sería el “rincón de la rinconada”.

Sintetizando lo expuesto en dicho trabajo, Merenson hace una deducción casi histográfica en donde de una definición de frontera deviene la otra. Siempre nos debemos situar en ese contexto de “zona de frontera” , la rinconada, más que en la frontera misma. Es lógico que sea así ya que encara su trabajo desde el conceto fronterizo de “hermandad” y describe una serie de acontecimientos sociales que se autodenominan como “… de frontera” diferenciando los mismos de los mismos eventos que se dan mas al centro. En ellos enrola a la comida, al carnaval incluso a las mismas nacionalidades, como la de uruguayo de frontera. Sabemos que esto es así por estudios como los de Gudynas o Grimson, el habitante de la zona de frontera no se ve diferente a sus hermanos del otro lado, lo considera un par mas allá de las identidades que en este caso se vuelven totalmente difusas y complejas. Lo cierto es que todo un protocolo de interelación caracteriza estas zonas de borde, hombres que se casan con mujeres de la otra orilla y tienen hijos que habitan aquí y allá. Merenson aclara que este entrecruzamiento también está sesgado por la clase y el género.

Entonces por qué si desde dentro de la zona fronteriza se percibe el límite como una idealización de las relaciones humanas, desde la centralidad se la contrapone con calificaciones como territorio “débil”, “blando” o “indefinido” que “históricamente” tiene “penetración” o “invasión”. Ambas concepciones son antagónicas: o es un lugar asimilable a lo que Hakim Bey llama Zona temporalmente autónoma (TAZ en inglés) o es un punto de vulnerabilidad y penetración desde el punto de vista nacionalista.

Lo que nos pone frente al tercer enfoque con que Merenson mira la triple frontera de Brasil, Argentina y Uruguay es una óptica casi romántica de un sector de la población rural, los peludos, que describe así:

Al encarnar lo “autóctono”, los peludos serían una suerte de “bastión patriótico” del “ser uruguayo” que los identifica con las luchas por la independencia, el  proceso que derivó en la formación del Estado-nación y el proceso de radicalización y violencia política en los años sesenta y setenta.
Antes de que los peludos fundaran la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA), el sindicato que los reúne desde 1961, considerado el antecedente directo del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), como hombres de campo ellos fueron sujeto de un relato sobre el Uruguay que los identificó como patriotas. Por su trabajo en la tierra vinculado al esfuerzo y el sacrificio diario, lejos de las comodidades de la ciudad, los trabajadores rurales integran en este relato la descripción del “Uruguay profundo” o “real” en la medida en que contribuyeron a poblar la campaña, haciéndola producir.

Una especie de interioridad que da legitimidad a estos pobladores que se entremezclan con los comerciantes y habitante que uno usualmente advierte por las zonas de frontera. Los peludos hacen patria allí, por eso se los considera patriotas.

Sice Merenson:

La lectura de la frontera y de sus habitantes que expusimos en el acápite anterior sería inviable sin la esencialización y la exotización de los peludos y los usos estratégicos de esta identidad. Este rasgo, aunque con un objetivo diferente, constituye la base de la cuarta y última lectura de la frontera que desarrollamos en este trabajo. En gran parte, la diferencia que media entre la lectura que vimos en el acápite anterior y ésta es la que media entre “las luchas setentistas basadas en concepciones clasistas contra el ‘sistema’”  “la politización de las identidades en el lenguaje de la inclusión” que, a fines de los años ochenta, dieron lugar a un “nuevo formato de la política” (Segato 2007).

La representación de los peludos como “lo marginal que habita en el margen” –como los pobres que habitan la frontera– y de Bella Unión como la máxima expresión territorial y simbólica de la “frontera de la frontera” constituye un modo específico de dar cuenta de la nación.

Denis Merklen analiza el mismo tema de vivir en los márgenes, esta vez en los márgenes de la ciudad, también él señala los márgenes como una “frontera de la frontera” vivir en el margen siempre lo pone a uno del otro lado en un rol de cazador en una situación de extrema vulnerabilidad en donde

la vulnerabilidad favorece la cultura del cazador. Quienes caen en una situación de vulnerabilidad como consecuencia de la persistencia de los problemas de integración se mueven en el mundo mucho más como cazadores que como agricultores. No proyectan sus vidas en función de cosechas anuales que deberían programarse en armonía con los ciclos de la naturaleza. Refugiados en sus barrios, perciben a la ciudad como un mundo extraño y que puede ser hostil. Por otra parte, salen cotidianamente a la ciudad como si ésta fuera un bosque que ofrece un repertorio variado de posibilidades. Hoy quizás obtengan una buena pieza, mañana tal vez no. Juegan su suerte en la oportunidad que le ofrecen los intersticios de unas instituciones cuyos márgenes no están definidos por una línea nítida, son difusos. La informalidad de la economía y la laxitud de los reglamentos ofrecen espacios en los que se puede encontrar de qué vivir. Unos con un espíritu de resignación y rechazo hacia los valores dominantes, otros pensando que un lugar estable puede estar aguardándolos o que tienen derecho a él.” […]

“El cazador no puede acumular, tiene que salir a diario a cobrar una presa nueva. No puede reproducir el recurso del que vive. El cazador sale con el arco y la flecha y debe volver con algo. Va al municipio, a la sociedad de fomento, a la iglesia y debe volver con algo, un plan o un sachet de leche o remedios para la abuela. Algo que no se sabe cuánto durará.”

Volviendo a Merenson reseña sobre estos habitantes del rincón de la rinconada:

Entre los pobladores, la representación de Bella Unión como “emblema de la injusticia social” motivó una serie de interpretaciones que fueron de la “vergüenza” a la exaltación de la miseria constatada por la prensa nacional. Mientras quienes pertenecen a las clases medias locales se lamentaban por “ser noticia” por razones como ésas, el sector socioeconómico que integran los peludos osciló entre la reacción y la demanda. No fueron pocos los que indicaron que la propia pobreza no sólo era igual a la del resto del país, sino que en algunos casos era “mejor”, “porque acá no tenemos las drogas ni las delincuencias que hay en los cantegriles de Montevideo”. Molestos por la atención mediática suscitada, adjudicaron al tiempo de la política –la campaña electoral- las razones de “tanto interés en nosotros, que vivimos como cualquier pobre”. Otros, en cambio, explicaron la situación a partir de la histórica relegación y marginación de la frontera norte y de sus habitantes.

Ambas posiciones constituyen formas de pensarse en relación con el Estado y la nación. Si la primera supone una operación de generalización y la segunda el registro de la diferencia, ambas apelan al lenguaje de la inclusión. Y es que contextos críticos y hechos como los expuestos parecen iluminar los modos en que los uruguayos se piensan a sí mismos, se asignan valores y se presentan ante los otros.

Finalmente Merenson deja tres ejes abiertos para la discusión a modo de conclusión:

Someter al análisis las cuatro lecturas presentadas, vinculándolas con los modos en que los diversos actores las integran en relatos de mayor alcance nos permite señalar tres ejes que podrían constituir el punto de partida de futuras indagaciones. La primera se vincula a la centralidad que adquiere la frontera territorial y simbólica a la hora de abordar los relatos con que los uruguayos se piensan a sí mismos y a los otros. La segunda indica el modo en que la frontera y sus habitantes son, en estos relatos, conductores de los rasgos que permiten construir “formaciones nacionales de alteridad”, reforzadas por parte de la  historiografía y los medios de comunicación de Uruguay. Finalmente, las páginas que integran este texto pretenden indicar que los procesos de identificación y representación vinculados a la nación despliegan una trama compleja de discursos “productores de hegemonía” que, sin embargo, no escapan al “tiempo heterogéneo” que caracteriza a sus sentidos y apropiaciones.

Donde se lee uruguayos bien podría leerse argentinos o brasileños. El último párrafo resaltado es muy interesante porque hace referencia a la trama compleja que despliegan los discursos productores de hegemonía, hoy donde se supone y donde también algunos creen que la construcción de hegemonías se basa solo en establecer políticas agonales o antagónicas simplificando esa trama compleja que oculta capas de significados ocultos y profundos; se hace necesario revisar esta concepción desde la óptica fornteriza .

Argentina posee una frontera en cada metrópoli, no solo Buenos Aires tiene la suya, Rosario, Córdoba, Tucumán, Neuquén, y tantas otras conourbanidades trazan fronteras en sus límites, las apreciaciones de Merenson son perfectamente transportables a las fronteras adentro de nuestros países. También nos ocupa que las fronteras entre las naciones del cono sur son muy nuevas, sin ir mas lejos recién cumplimos los primeros cien años del cierre del último paso abierto con Chile. Aquella metáfora del desierto vacío de significados que debía ser cartografiado y nombrado para poder apropiarse de él, de a poco se está subdividiendo y densificando en fronteras de diverso índole. 

Podemos remitirnos a las conclusiones de este post “La solución a la que se arriba es densificar, distribuir lazos de interconexión. Del Clústering hay que pasar a la etapa del  Swarming para lograr sinergia y resiliencia. Siempre caemos en la misma receta.”

NOTA: Señala Merenson que: El término nativo peludo, producto de la analogía con un roedor de la zona llamado de este modo, comprende tanto a los actuales como a ex cortadores de caña de azúcar, a los miembros de sus familias y a quienes sin saber trabajado en el corte de caña, se autodenominan de este modo, ya sea porque pertenecen al mismo sector sociodemográfico o porque trabajan la tierra, aunque en otra rama productiva.

1 nos acompañaron:

Sigue Siria dijo...

Charly, a usted que le gustan las redes, la colaboración etc etc... peguele un vistazo a http://books.google.com.ar/books?id=Db5OdeACCI8C&dq=Artificial%2BWar&ie=ISO-8859-1&source=gbs_gdata&redir_esc=y

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